He estado en Santo Estevo hace solo unos días, en plena ola de calor. Sin embargo, el viejo monasterio me recibió envuelto en la niebla, como si perteneciese a otro mundo. La Diócesis de Ourense ha organizado cinco visitas diarias (mientras no terminan su nueva página web, pueden reservarse en el teléfono 676.06.55.67 y en el correo iglesiasantoestevo@gmail.com ), en las que pueden verse el nuevo coro, que se alza impresionante bajo los rayos azules de los rosetones: en él, han puesto la antigua sillería que estaba en el altar, bajo los restos de los obispos, y que tras su restauración resulta imponente.
Los visitantes también podrán ver los antiquísimos relicarios que se detallan en El bosque de los cuatro vientos: en sus pequeños sarcófagos se encontraron cuatro de los nueve anillos de la leyenda. Ahora parecen flotar en el aire, pues han ingeniado un sistema movible para que queden suspendidos a tres metros sobre el suelo y se puedan replegar a su lugar original cuando se desee; el motivo es poder mostrar los frescos que se hallaron al retirarlos para su restauración, y que datan del siglo XV. Fue Vania López la que restauró estas pinturas y los relicarios, y es, como muchos saben, quien encontró los anillos de la leyenda. Los curiosos podrán ver también la sacristía del siglo XVII, hasta ahora cerrada al público, y que alberga el sorprendente armario-relicario que también se describe en la novela.
Está previsto, al final del verano, que se realice una inauguración; se prevé para entonces que unas reliquias exactas de los anillos se puedan mostrar a todos los interesados, así como los cuadros de los obispos.
Me reconforta saber que El Bosque de los cuatro vientos pueda ser responsable de alguna de estas visitas. He sabido, sin embargo, que algunos guías turísticos se inventan historias ridículas: que Vania López y yo misma hicimos algún tipo de “trampa” para que apareciesen los anillos medievales (ya me dirán ustedes de dónde íbamos a sacarlos), que si había una pandilla de arqueólogos —a los que nadie sabe identificar, pero varones en todo caso— que desde hacía muchísimos años estaban buscando los anillos de Santo Estevo y que por fin los localizaron escondidos en una piedra no se sabe bien dónde… Historias rocambolescas, cuyo único objetivo es restar mérito a mi trabajo y al de Vania. Cualquier cosa vale mientras no fuéramos ni ella ni yo quienes estuviésemos tras el asunto.
¿Quieren saber la verdad? La conté en un epílogo de El Bosque de los cuatro vientos en febrero de 2021 (desde la séptima edición y en todos los formatos de bolsillo), pero no necesitan comprarlo para leerlo, se lo cuento gratis.
En 2018 comencé a investigar la leyenda. Nadie me creía, todos me ayudaban. Es más fácil abrir puertas a los demás cuando se cree que no hay ningún tesoro real que buscar. Yo sabía que los anillos habían existido, fueran mágicos o no. Y no dispongo de una mente preclara y privilegiada, pero sí soy perseverante: había un acta notarial que confirmaba su existencia. Gracias al archivero de la Diócesis de Ourense conocía a Vania y a Camilo, supe que los cuadros perdidos de los obispos estaban en su taller de restauración y seguí trabajando. Llamé a muchísimas puertas: vecinos del pueblo, archivos, historiadores. El día en que se abrieron los relicarios yo no estaba en Santo Estevo: me encontraba confinada en Vigo por causa del COVID, pues de lo contrario habría acudido. Fue Vania López quien encontró los anillos. Quien insistió en abrir aquella bolsita, que parecía que solo portaba huesos, como las demás, aunque ella intuyó que un tejido tan elegante podía tener algo diferente. Llevaba dos años escuchando mis teorías y cábalas acerca del potencial escondrijo de los anillos, y supongo que todo fue resultado de una formidable casualidad espacio-temporal: el conocernos justo cuando lo hicimos, pues en 2018 la diócesis ya estaba iniciando los procesos de restauración en Santo Estevo.
Pueden contrastar esta información con las noticias de prensa de entonces, con las entrevistas realizadas e, incluso, con los propios protagonistas. Si tienen suerte, en una de esas visitas guiadas de Santo Estevo podrán tropezarse con la maravillosa Vania, que siempre saluda a todo el mundo con una sonrisa.
Nadie ha reclamado nunca medallas, reconocimientos ni méritos. Se ponen en evidencia los que nos quieren hacer invisibles, como si no existiéramos, como si lo que hicimos nunca hubiera sucedido. Me pregunto si este ánimo por eliminar a Vania y a mí misma del proceso de búsqueda de los anillos sería el mismo en caso de que ella y yo fuésemos hombres. Piénsenlo. A mí no me ha quedado más remedio que hacerlo, porque de verdad que la existencia de tanto pusilánime y descerebrado no tiene explicación.
Les animo a visitar Santo Estevo, a disfrutarlo y a soñar con ser viajeros del tiempo entre sus claustros, que todavía rezuman la magia de lo vetusto y de las buenas historias.





